Domingo, 28/Ene/2024 Edgar Morin El País

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La democracia está en crisis en todos los continentes: está siendo sustituida progresivamente por regímenes autoritarios que, dotados de medios para controlar digitalmente a las poblaciones y a los individuos, tienden a crear sociedades de sumisión que podrían calificarse de neototalitarias. La globalización no ha creado solidaridad y las Naciones Unidas están cada vez más desunidas.

Esta situación paradójica se enmarca dentro de una paradoja global propia de la humanidad. El progreso científico y tecnológico, que se desarrolla de manera prodigiosa en todos los campos, es la causa de los peores retrocesos de nuestro siglo. Este progreso fue el que permitió la organización científica del campo de exterminio de Auschwitz; el que permitió el diseño y la fabricación de armas más destructivas, hasta la primera bomba atómica; es el que hace que las guerras sean cada vez más mortíferas; es el que, impulsado por el ansia de beneficios, ha creado la crisis ecológica del planeta.

Cabe señalar —aunque es difícil de concebir— que el progreso del conocimiento, al multiplicarse y compartimentarse mediante barreras entre las distintas disciplinas, ha provocado un retroceso del pensamiento, que se ha vuelto ciego. Ligado al dominio del cálculo en un mundo cada vez más tecnocrático, el progreso del conocimiento es incapaz de concebir la complejidad de lo real, y especialmente de las realidades humanas. Esto conduce a un retorno al dogmatismo y al fanatismo, así como a una crisis de la moral por el auge del odio y la idolatría.